TAN
CAM PAN TE n°10 / El criollo experimental
Quienes vivimos en
las ciudades tenemos un imaginario del
mundo rural, una mirada que atraviesa los lentes de los autores que lo
representan. Quienes hemos tenido la oportunidad de vivir o trajinar por su
entorno, sabemos que hay una distancia entre uno y otro mundo. En el universo
de la literatura, en particular de la poesía y en especial de la puesta oral de
sus códigos, debemos recordar lo que señalaba José Luis Moure en el artículo “La lengua gauchesca en sus orígenes”, cuando escribía: “… la lengua gauchesca es un constructo literario, lingüísticamente basado
en la variedad rural rioplatense, a partir de la cual los autores del género
sintetizaron un nuevo código, elaborado desde un vocabulario inicial hasta la
formación de una variedad secundaria estandarizada.” Aquí lo telúrico es representación.
Los dos trabajos
discográficos que vamos a analizar pertenecen a dos autores estrechamente
ligados a la canción popular y estos discos en particular lo están al género
folclórico, me refiero a Daniel Viglietti
y al dúo Los Olimareños, conformado
por José “Pepe” Guerra y Braulio López. Dos trabajos que representan lo popular de un modo avanzado.
Del multifacético
Viglietti acotaré que este trabajo en particular “Hombres de nuestra tierra. Ciclo de canciones uruguayas” (Antar PLP
5045, 1964) es su segunda grabación profesional. Viglietti proveniente de una
familia de músicos reconocidos, vinculados a la esfera clásica y folclórica, desarrollará
una sólida carrera como concertista en guitarra clásica. En 1960 vuelca su
trabajo a la investigación de la canción popular sobre todo a la de raíz
folclórica, Es por esos años que conoce al escritor oriundo del departamento de
Lavalleja: Juan Capagorry, con quién
estrecha lazos de amistad y artísticos. Luego de trabajar en conjunto deciden
grabar este álbum que recoge el trabajo que estaban realizando en vivo. Los
poemas de Capagorry pintaban a los hombres que se abocan a los oficios más
típicos y humildes de la campaña. La elaboración compositiva de Viglietti, consistió en un minucioso trabajo
musicológico, según cuenta en la contraportada del LP, nos dice: “La música debía ser un medio fluido y
directo de trasmitir esas estampas de seres, lugares y costumbres. Recurrí
entonces a ritmos folclóricos uruguayos apoyándome en ese sentido en la
autorizada opinión de los más reputados folclorólogos de nuestro país, tratando
de superar sus naturales discrepancias de opinión. A partir de esa serie de
formas musicales orientales — ya por su nacimiento o por haber sido habituales
en nuestro territorio — adopté un criterio de enfoque libre y amplio,
desarrollando sobre la base de aquellas danzas y canciones un trabajo propio,
sin alejarme demasiado del original.” Durante la etapa de preparación y
grabación del material, Capagorry fue a quedarse en la casa de Viglietti (“Durante el proceso de creación estas
canciones surgieron de una gran compenetración música-texto, dado que las
compusimos en diaria convivencia con Capagorry, viviendo intensamente aquella
aventura humana.”) El poema musicalizado que tiene una larga tradición en
nuestro país se vio enriquecido por la inclusión de la oralidad narrativa de
Capagorry, quien en los espectáculos en vivo realizaba una introducción a las
canciones que interpretaba Viglietti. Éste último anotaría: “Fueron sintetizados y amoldados a las
características del disco.” Si bien esta modalidad narración+canción se presentaba como algo novedoso para la
industria discográfica nacional, tenía ya un antecedente fundador en el
impresionante larga duración “Poemas y
canciones orientales” (Antar PLP 5018, 1962) primer registro fonográfico de
Osiris Rodríguez Castillo. La
empresa discográfica pionera en el Uruguay también incursionaría en esta
modalidad: “La Compañía Grabadora de
Discos SONDOR, tiene la satisfacción de presentar al público un interesante y
original Long-Play con obras del destacado autor, compositor e intérprete
uruguayo Pintín Castellanos quien, en personalísima forma, las brinda en música
y palabras.” Así comienzan las primeras líneas de la contra-carátula del
álbum “Festival musical y poético de
Pintín Castellanos” (Sondor 33.074, 1963) Horacio “Pintín” Castellanos es un gran pianista, compositor,
letrista y director de orquestas de tango, autor de la emblemática “La puñalada”. Este “interesante y original” trabajo brinda de modo personal un trabajo
que aúna “música y palabras”.
Como vemos, esta
conjunción de géneros no fue explotada en demasía, y si bien están estos
trabajos que anteceden a la obra de Viglietti, esta última posee otras
características que lo diferencian y lo llevan a constituir un trabajo de
avanzada. Si bien todavía los conceptos de “multimedia”
y “obra conceptual” no estaban en boga, Viglietti logra intuir el valor que
posee este proyecto, por eso escribe: “Pero
no bastaba con cantar y relatar la existencia de alguno de estos hombres del
campo; surgía la necesidad de fijarlos en la imagen, de ejemplificar su
presencia viva y concreta por medio de la fotografía.” Es entonces que
contactan a Isabel Gilbert “consumada fotógrafa, que recorrió junto a
nosotros campos y sierras, en la fatigosa búsqueda de algunos de estos hombres.”
Hoy podemos señalar que “Hombres de
nuestra tierra…” es conceptualmente un trabajo que logra encerrar en el
mismo varias disciplinas, un trabajo sin lugar a dudas proto-multimedial, que encierra narración, canción e imagen. Las
fotografías de Gilbert acompañaban el larga duración con un pliego impreso en
buen papel con imágenes en blanco & negro junto a breves textos
explicativos. Esta concepción es novedosa en Uruguay y aquí es donde radica su
importancia, como dice Viglietti al final de sus comentarios “La palabra, la imagen y el canto”,
porque para poder transmitir (representar) estas vivencias del hombre de campo
se precisaba construir nuevas herramientas de comunicación.
Una experiencia sin
duda vanguardista, no sólo en el país sino a nivel latinoamericano, y en este sentido
sólo conozco la publicación, también de 1963 del libro (proto-multimedial) “Catimbó e outros poemas” editado por
José Olympio, reunión de los tres primeros trabajos del modernista Ascenso Ferreiro: Catimbó (1927), Cana caiana
(1939) y Xenhenhém (1951). Dicha
publicación de lujo estaba acompañada por dos discos de 78 r.p.m. (Gravação Especial
PR239 y PR240) que incluían la particular puesta en voz del poeta brasilero.
El segundo disco que
quiero reseñar es el álbum “Todos detrás
de Momo” (Orfeo ULP90555, 1971) del dúo Los Olimareños. Braulio López y
Pepe Guerra ambos oriundos del departamento de Treinta y Tres comienzan a
trabajar juntos en 1960. En 1970, con diez años de trayectoria, el grupo lleva
editados ocho discos (uno de ellos grabado en Argentina), extensas giras por
Latinoamérica y Europa, contando con un amplio consenso a nivel popular. Para
ese entonces su estilo ya depurado de influencias de los ritmos argentinos, se
basaba en el rescate de la folclórica uruguaya, impulsando principalmente la serranera, un ritmo desarrollado por Rubén Lena, emparentada con la milonga
y el pericón. Además, Los Olimareños incluyeron ritmos no rurales, como el
tango, el candombe y la murga. En este sentido por ejemplo fueron los primeros
en grabar candombe sólo ejecutado con guitarras en la canción “Candombe Mulato” del disco “Nuestra Razón” (Orfeo ULP 90520) que
incluye “Poema de falco” ejecutado en
clave de tango. Estas experimentaciones seguirán en el siguiente disco “Cielo
del 69” (Orfeo ULP 90543) en dónde encontramos los temas en clave carnavalera “Al Paco Bilbao” y “A mi gente”, grabaciones que incluyen instrumentaciones de “batería murguera” (bombo, platillo y
redoblante), las primeras registradas fuera del ámbito del carnaval.
Todo este proceso de
búsqueda desemboca en el mencionado “Todos
detrás de Momo”. Un disco que hoy etiquetamos como conceptual, en el que lo
murguero es el hilo conductor a lo
largo de todo el álbum. La muletilla verbal al final de cada tema “Todos detrás de Momo” es el fino hilo
que enhebra todas las cuentas de este rosario. Y a pesar de este sobrevuelo
continuo carnavalero, rítmicamente las canciones ofrecen notables variedades: vals,
tango, chamarrita, candombe, son, milonga y rock and roll. El dúo de guitarras
se acompaña con la percusión de Los
Nuevos Saltimbanquis (Coco Portugués: bombo, Pocho Silva y Zurdo Acosta:
platillos, Liberato Brescia: redoblante). Una de las peculiaridades de este
trabajo son las particularísimas puestas en voz que realizan en cada tema,
dónde obviamente se recurre a la canción, pero se intercalan recitados,
declamaciones, juegos fonéticos, acercándose incluso a la poesía simultaneísta,
voces en clave de relator de fútbol, en fin, una batería de recursos vocales
nunca vistos en un trabajo discográfico que se vinculara a cantantes populares.
Al igual que el
trabajo de Viglietti, Los Olimareños trabajaron codo a codo en la elaboración
del álbum con el autor de los textos, Rubén Lena quién también participó en la
realización de los arreglos musicales. Braulio López recuerda en una nota: “Cuando leí los textos que trajo Lena me
parecieron fantásticos. Hicimos un equipo de trabajo y nos juntábamos en
Solymar, en la casa de una cuñada suya. Él se venía de Treinta y Tres todos los
miércoles y nosotros íbamos desde Montevideo, nos encerrábamos en una pieza y
ahí empezábamos a probar.”
Un detalle
interesante, las 23 canciones (surcos, tracks) que componen el larga duración
no contaban con el usual y clásico espacio de silencio entre tema y tema, el
disco desde lo sonoro se proponía como una extensa pieza única. El arte de tapa
también se presentaba como algo novedoso ya que el mismo poseía dos carátulas,
el retrato de cada uno de Los Olimareños en cada lado del sobre doble, con el
nombre del disco y el grupo también. Maquillados como se estila hacer con los
murguistas por Paco Bilbao, ambos rostros están también representando a las
musas Talía (musa de la comedia) y Melpómene (musa de la tragedia). Clásicas
máscaras que representan el teatro, quedan al descubierto cuando abrimos la
carátula, y enfrentamos a un “Pepe” Guerra triste, con un Braulio López alegre.
En las caras interiores del sobre se reproducían los textos de Rubén Lena.
Desde temprano el dúo
se manifestó partidario de una canción de raíz folclórica con un claro
contenido social y político, y este poemario de Lena tampoco es ajeno a lo que
se tildaba como “canción de protesta”,
sin embargo la carga metafórica alcanza
ribetes surrealistas, el discurso directo es dejado de lado, y la carga
simbólica del carnaval como mascarada, como disfraz se convierte en la alegoría
del mundo político de aquella época.
Este “Todos detrás de Momo” realizado por un
tándem creativo extremadamente exitoso (en su imagen popular y en lo comercial)
no obtuvo los resultados esperados. Su postura inclasificable no encontraba
acomodo para el público de aquel entonces, ni folclorista, ni carnavalero, ni
político, ni erudito, supieron apreciar un trabajo que por supuesto estaba
lejos del gusto y los cánones del consumo popular. El disco fue el menos
vendido y el menos difundido en la historia del grupo, habrá que esperar recién
al 2018, para que el sello Ayuí lo reedite (Ayuí A/M 45 CD) y para que a raíz
de esto se comience a reconocer su valor “vanguardista”
(ahora como etiquete de venta).
Luego de la edición
de estos trabajos (“Hombres…” y “Todos...”) tanto Viglietti como Los Olimareños
construyeron sólidas y exitosas carreras. Sin duda el primero es que ha
mantenido una postura más experimental a lo largo de su carrera, siguió
trabajando con narradores como Alberto
Candeau o Mario Benedetti, pero por aquel entonces no siguió profundizando en
la multimedialidad intuida en “Hombres
de nuestra tierra…”.
Otro tanto ocurrió
con Los Olimareños y su “Todos detrás de
Momo”, el dúo volvería a las formulas de canción que tanto éxito le
seguirían dando.
Ambos discos
permanecen en ese limbo de los discos menos escuchados o menos recordados en
las discografías de los autores.. Queda claro que estos intérpretes, se sumaron
como tantos otros a la urgencia socio-política de la época, ambos artistas
continuaron su carrera en el exilio durante los años de la dictadura
cívico-militar uruguaya, tal vez con un compromiso más en lo político que en
las búsquedas de experimentación estética. En todo caso debemos insertarlos
como mojones ineludibles de intentos vanguardistas, y que deben ser reivindicados
hoy, como proyectos originales y aunque no tuvieron la suerte de “prender” en
el constructo de la cultura colectiva al momento de ser editados, el tiempo les
va dando el lugar que realmente merecen.
Ficha de audio
Monteador – Juan Capagorry
& Daniel Viglietti / Hombres de nuestra tierra.
Oficio duro sin dudas el del monteador, un
trabajo de un enorme esfuerzo físico. La pausada narración de Capagorry
contrasta con el trabajo, sin embargo está a tono con la descripción de la
llegada del hombre al monte quieto en dónde “casi se le oye respirar”. Sin embargo “El hacha está ansiosa, desgaja inquieta…el hacha sigue…el hacha canta.”
El ritmo elegido por Viglietti es el “Gato”, al que asociamos inmediatamente al
baile brioso, que posee una vehemente compostura y donaire de vigor. El rasgueo
de la guitarra, que produce golpes secos en el encordado es un finísimo recurso
que usa el interprete para imitar el golpe del hacha en el tronco del árbol,
esos golpes marcan el ritmo del trabajo y también de la canción.
Garcero – Juan Capagorry & Daniel Viglietti / Hombres de
nuestra tierra.
El oficio de garcero estuvo en auge hasta la primera década del siglo XX, ya que
el costo de las plumas del ave alcanzaron ribetes extraordinarios, al menos mientras
la moda europea exigiera dichos materiales para confeccionar los “aigretes”, tanto para los sombreros y
tocados de uso femenino y masculino. La atmósfera que plantea Capagorry es
lúgubre, y sin desmerecer el oficio, deja planteada la incoherencia de dicho
trabajo: “…El tiro resuena en el
silencio, quiebra la tarde, la garza tuerce su cuello como buscando el cielo,
pero cae, la levanta el garcero y teñidos de rojo se los lleva el sol. El
bañado queda solo.” La musicalización del poema por parte de Viglietti,
exige ritmos que no le da el registro folclórico, por lo tanto experimenta, él
nos cuenta: “…la música surgió desligada
de todo regionalismo y fue una excepción en el ciclo, derivando en un tema en
cierto modo incidental, creado sin moldes formales, desde la sugerencia de la
palabra.”
Cañero del norte – Juan Capagorry
& Daniel Viglietti / Hombres de nuestra tierra.
La figura del oficio de cañero, del hombre
que trabaja en la recolección manual de la caña de azúcar en el norte del país,
es sin duda uno de los oficios más duros y por el cual se luchó en las
reivindicaciones sociales de la década del sesenta. “De estrella a estrella, siempre postergados, los cañeros, trabajando”
Capagorry no hace concesiones y su texto describe la ruda realidad de los
trabajadores y su familia, en un entorno sofocante. Viglietti elige la Media
Caña como ritmo, música de baile suelto, que alterna movimientos lentos con
otros alegres, lo que se ve reflejado en la guitarra de Viglietti. Su cantar
casi con rasgos de recitado va con tono de relación,
cuartetas que recitan y se responden las parejas de baile, el rasgueo de la
guitarra parece imitar el zapateo y las cabriolas del bailarín, cerrando de
manera premonitoria: “al hombre que pita
rubio un día le ha de llegar, con cortadera y con faca la voz del cañaveral”.
Comienzo de la
batería
– Los Olimareños / Todos detrás de Momo.
Uno piensa en escuchas acostumbrados al
repertorio de Los Olimareños, esos que tal vez tuvieran en sus casas discos
como “De cojinillo”, “Canciones con contenido”, “Nuestra razón” o “Cielo del 69”, oyendo
asombrados esta introducción musical de batería de murga, diciendo a lo mejor:
“esto es un disco de carnaval”. Aquí
la batería de los Los Nuevos Saltimbanquis deja claramente asentado cual será
el hilo conductor de este trabajo. El golpe del platillo y el redoblante que
abren el tema, nos introducen sutilmente a la arena de un circo mágico, en el
que desfilaran los números del Carnaval, en el que siempre, irán “todos detrás de Momo”.
Esto me recuerda otro álbum, editado dos años
después que Todos detrás de Momo, un disco realizado por el brasilero Caetano
Veloso: “Araçá Azul” (Philips
6349.054, 1973), un trabajo también altamente experimental, con recitados y
poemas concretistas. El disco de Caetano terminó por retirarse de los locales
de venta ya que tenía un alto índice de devolución y fue retirado del catálogo. Recién catorce
años después fue reeditado y valorado como una pieza de vanguardia. Los
Olimareños tuvieron que esperar 37 años.
La yarará – Los Olimareños /
Todos detrás de Momo.
Para este poema de Rúben Lena, Los Olimareños
elijen una base de guajira a la que le superponen la batería carnavalera,
obteniendo un resultado más que interesante. El corso de la imaginaría de Lena
es de un grotesco surrealista, en la que los posibles correlatos entre figurines / personajes políticos parece
inquietante. El canto al unísono del dúo juega con el valor fónico de la
palabra “yarará”
Por campos de adoquín – Los Olimareños /
Todos detrás de Momo.
A ritmo de milonga van entrando al corso de
Lena los personajes con “las melenas
planchadas, las toreras bordadas y las panzas rosadas y el ancho cinturón”
en clara alusión a los políticos y empresarios, que desde la altura de la
montura (podría leerse como el lugar desde donde ejercen su poder), van mirando
“su ganado” que no se halla en el
campo, sino por el contrario, es la masa urbana “la muchedumbre” que los sigue y obedece, que están desparramados
por la metáfora citadina de “campos de
adoquín”.
El gran remate – Los Olimareños /
Todos detrás de Momo.
La canción, el fraseo, el diálogo se
entrecruza en este nuevo tema, en donde “el
gran remate” el remate total, bienes, ideales, todo se ofrece al mejor
postor. La época de crisis es presentada a ritmo inocente de vals, en dónde se ofrece
un panorama surrealista, además un coro tildado de “muchedumbre”, esa masa con presencia constante, parece siempre que
está en un ir y venir, sin un compromiso real. Para ella, todo tiene un precio,
aunque la inflación provoca que el mismo se desvalorice en cualquier momento.
La bocina – Los Olimareños /
Todos detrás de Momo.
Tal vez este sea el tema más desconcertante,
al menos si lo comparamos con lo esperable para este dúo perfilado en el
imaginario colectivo como “folclore de
protesta” o de “canción con
compromiso”. Un primitivo boogie-woogie
marcado con guitarra criolla y la batería de murga a ritmo de rock and roll. Para mayor desconcierto
del escucha desprevenido, el texto de Lena esta recitado en clave de relato de
fútbol, con inflexiones en algunas palabras (según el propio Braulio López) que
lo acercan al particular fraseo de Carlos Solé. El surrealista personaje de
este breve texto se fabrica un megáfono casero con una lata, gritando con “garganteada voz” atormentando ancianos:
“El mundo está que arde. Cuidad de tal presión.
Cuidad de tal pre-sión.”
La botella – Los Olimareños /
Todos detrás de Momo.
Así como reseñamos al tema anterior como el
más desconcertante, este sin duda es el más experimental, casi un poema
simultaneísta en clave de son cubano. Fraseos en tonos contrapuestos de ironía
/ pesadumbre, jugando con la idea de la estrechez, con la idea del apremio
económico del obrero cuando llega el fin de mes y la delgadez del cuello de la
botella. Palabras estiradas de manera increíble, silabeadas, fragmentadas,
reforzando el concepto del estrechamiento con recursos sonoros. Un recurso ludofonético efectivo y poco visto en el
cancionero popular uruguayo.
Textos revisados
Pereira, Marcelo – Nota publicada en La Diaria “Hondo y misterioso” 9 de febrero, 2018.
Ubal, Mauricio – Nota publicada en Brecha “Todos detrás de Momo: un disco fundacional”
22 de setiembre, 2017.
Viglietti, Daniel - Nota de contratapa en el LP “Hombres de nuestra tierra. Ciclo de
canciones uruguayas” (Antar PLP 5045, 1964)
No hay comentarios:
Publicar un comentario